LA MUERTE NO ROMPE LAS ATADURAS CON LA TIERRA

19.05.2009 08:59

 

En el sector doce de Campos de Paz, se encuentran los restos de Javier Zapata, quien el próximo 21 de enero de 2005, cumplirá 7 años de haber sido dejado allí, con su camisa de rayas rojas, el brazo vendado producto del impacto de bala, y el pantalón negro que combinaba con el ataúd. Don Javier, conocido como: “el Bandido,” un hombre detallista y comprensivo, estuvo casado con Viviana, tuvo dos hijas: Máryori y Yesica.

El empleado de Caribú, se mantenía en la esquina con sus amigos, era bebedor e infiel. Empezó a faltar a la empresa, hasta que lo echaron. Durante dos años permanecieron separados los esposos Zapata López. Cada uno formó nuevas parejas; sin embargo, él no soportaba ver a su ex – esposa en brazos de otro hombre.

Doña Viviana y sus dos hijas, se refugiaron en casa de doña Adiela, suegra del “Bandido.” Al cumplir doce años, Máryori, la mayor, conocida como “la Bandidita,” de cabello negro, piel blanca, ojos cafés, se encontraba en la panadería de su tía Patricia, ubicada en el barrio Belencito. Sus parientes comenzaron a llegar con mucha comida. Papitas, galletas y toda clase de dulces, le fueron entregados a la niña de 12 años; inmediatamente, comenzó a abrir y a degustar paquete tras paquete.

Era de noche cuando Guillermo, esposo de Patricia, la llevó a su casa. En el trayecto, él le dijo que su padre se encontraba en el hospital, según su diagnóstico, “el Bandido” tenía una pierna fracturada. Al llegar, la niña bajó del vehículo, los vecinos la miraban, se habían apoderado de la sala de su casa. Al ingresar, alguien hablaba en uno de los pasillos, las voces se sentían cada vez mas cerca. La palabra irrumpió en aquel lugar, el murmullo apresuró la noticia, Don Javier había muerto. De repente, un vacío se apoderó del cuerpo de la niña, las lágrimas no aparecían pero el sueño si se hizo presente.

Al día siguiente, su destino fue la sala de velación, en el lugar, se podía percibir la rabia, la impotencia y los mirones, que registran desde las charola con tinto y agua aromática, hasta la ropa y la posición del difunto; el llanto brotó del rostro de la “Bandidita.” En el entierro, las lágrimas de unos se mezclaron con los reclamos entre la novia de Don Javier y la mayor de sus hijas. El hueco estaba a la expectativa, los gritos retumbaban en el lugar. Finalmente, Javier fue colocado allí, en su familia solo quedaron los recuerdos, las pocas de comer y la ausencia de Máryori al colegio durante ocho días.  

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