MÁS ALLÁ

19.05.2009 08:50

 

La noche oscura, misteriosa e impredecible; y la luna majestuosa e imponente marcan la partida del detective de cincuenta y ocho años, Jake Pepper, quien derrotado e impotente, abandona el pequeño estado del oeste, un tren acompaña el recorrido hacia su nuevo destino, Oregon. El viento susurra mientras la maquinaria se sumerge entre los rieles; el investigador de ojos azules y aspecto jovial luce pensativo, distante, como maquinando algo dentro de sí. Un sinnúmero de ramales aparece por los ventanales a medida que el tren avanza; el cielo encapotado avizora la hecatombe.

 

Su mente no puede apartar el rostro de Quinn, se posa como un incesante taladro que espera presuroso salir del otro lado. Latido tras latido, su corazón solitario carcome los pocos recuerdos que quedan en su interior; aumenta la rabia por el hecho de saber que el asesino se ha salido con la suya.

 

Llega el amanecer, las primeras gotas emanan del cielo, empapan el sendero ferroviario y el diminuto césped que bordea a cada lado del camino. Más tarde, el sol comienza a calentar la tierra árida y húmeda; lentamente, la hilera de vagones disminuye poco a poco, la humareda se mezcla con la vegetación, el tren se detiene en la estación Parker. Unos zapatos de charol aparecen por la escalera que emerge del infinito tranvía. Sin Truman, solo e invadido por la desesperación, el hombre de cabello rubio y remolinos por doquier ha llegado a la gran zona de influencia oceánica.

 

Square, una cabaña de los padres de Addie en las afueras de la gran reserva forestal, es su nuevo refugio. Alces, pumas, zorros y castores son su nueva compañía. Dentro, la madera carcomida aparece en todo su esplendor. Puertas, ventanas, sillas y una vieja biblioteca abarrotada de libros polvorientos y deshojados revelan el total desamparo. Una cama rechinante y un colchón áspero acogen su cuerpo extenuado; el sueño parece ser su único aliado. El estómago vacío como su alma, el revoloteo de los pájaros, el transitar de las ardillas por los verdes prados, el vaso de bourbon a medio terminar, el rojo de sus ojos como las hogueras del averno, el brazo de la ley es un manso cordero agonizante.

 

Al salir de la morada, los rayos del sol iluminan su rostro; la profunda tristeza aumenta con el transcurso de los minutos; no existe la luz, la oscuridad, el amanecer o el ocaso, sólo un hombre que deambula sin rumbo, nada lo intimida. La sombra de un árbol arropa su cuerpo alcoholizado y apesadumbrado; los humanos no imperan en este lugar, el tarzán del orden está solo con sus recuerdos. Su voz entrecortada grita estrepitosamente el nombre de la única mujer que ha sido el centro de su vida; la lluvia amenaza con presentarse. El detective de ropas polvorientas y caminar adormecido acude de regreso a la barraca.

 

Se desata una fuerte borrasca, la justicia se sienta en una esquina de la cama, se toma de la cabeza, la bebida y sus pocas ganas de vivir se funden en una furia desmedida, el lugar queda en desorden. Finalmente, agotado, Jake se sume en un profundo y apacible sueño; el dolor punzante en el estómago apresura su despertar, un paquete de galletas aguarda en la despensa, las come tan rápido que muchas se aglomeran en el piso. Pepper luce aniquilado, ha probado el fango del exilio.

 

El idealista y enigmático Robert Quinn, continua frente al tablero de ajedrez, cómplice de sus actos. Nancy ya tiene 18 años, sale con un hombre mayor que ella; parece no agradarle del todo a su padre, es un primo de Clem el mejor amigo de Jake, su nombre es Patrick. De Capote no se ha vuelto a saber nada, debe continuar de viaje. Seguramente, trata de dar con el paradero de Jake.

 

Una mañana de mayo justo el día de su cumpleaños número cincuenta y nueve, el eterno residente del Motel Prairie, empieza a mover sus dedos, registra los números que lo interconectan con la propiedad del gran ajedrecista; conversan por espacio de cinco minutos, el propietario del establecimiento B.Q, sorprendido por la llamada de Pepper, acepta la invitación para ir a Oregon. Está ansioso por encontrarse de nuevo con quien hasta hace algunos días lo señalaba como culpable de los múltiples asesinatos perpetrados por medio de unos féretros y había abandonado el pequeño estado desolado e inhospitalario sin dejar rastro alguno. Al colgar, el fanático, peligroso como la más devastadora de las tragedias, queda consternado; el encuentro tendría lugar en las cataratas Brown desde donde se observa la majestuosidad de la ciudad y los verdes campos cubiertos por el ganado.

 

Era medio día, cuando el sol está inmóvil en el centro del cielo; la ley espera detrás de un estrado de madera. Quinn se presenta con una sonrisa radiante, burlona; que contrasta con el aspecto desafiante de Pepper. Se miran fijamente a los ojos, sólo se escucha el ruido de los constantes torrentes de agua que navegan por la escarpadura. Sin mediar palabra alguna, Jake toma a Quinn por el cuello, comienza un eterno forcejeo, parecen no percatarse de lo cerca que se encuentran del acantilado. El grito de Robert Quinn alerta lo inevitable, justicia y astucia descienden vertiginosamente

 

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